La industria del esparto en la Región de Murcia
El clima seco de la Región de Murcia es el entorno ideal para el crecimiento de especies arbustivas silvestres como el esparto. Su uso para la fabricación de utensilios de uso común para el hogar, herramientas tales como cestos o complementos como el calzado es tan antiguo que no tendría sentido estimar los orígenes. Hay datos sobre su comercialización por los cartagineses en el año 500 a. d. C. aunque se sabe que usaba ya en la prehistoria.
En la Región de Murcia sabemos que hubo un rápido desarrollo de esta industria en el siglo XIX, como también sucedió en Almería, Albacete y Alicante. Para ciertos municipios de la Comarca del Campo de Cartagena,el Noroeste o la Vega Alta y Media del Segura en Murcia el esparto fue un importante motor económico. Los obreros arrancaban el esparto y después lo vendían por peso en fardos, kilos o arrobas (unos 11,5 kilos). Al principio, se trabajaba tal y como se recogía del campo, y se trenzaba para hacer cestos, capazas, seras, etc., que después servían para la recolección de frutos y verduras o para el transporte de otras materias. Posteriormente, comenzaron a picarlo o machacarlo para que su textura fuese más suave. Así, unos mazos mecánicos picaban el esparto obteniendo una materia mucho más fácil de trenzar, con lo que se podían realizar trabajos más atractivos y estéticos. Esta es la forma en la que lo vemos en la actualidad.
El proceso de transformación del esparto comienza en el monte, arrancando las matas de esparto. Los esparteros se ayudan de palillos para llevar a cabo la recolección, para después realizar la llamada ‘tendía’ en el monte, es decir, el esparto arrancado se extiende en el suelo del monte para que se seque. El siguiente paso responde al nombre de ‘cocío’: el esparto se sumerge en balsas de agua para que la fibra se ablande y, al cabo de treinta o cuarenta días, se tiende para su secado. Después comienza el ‘picao’, por el que el esparto se somete a un aplastamiento en los mazos para desprender la parte leñosa de la fibra. Esta tarea ha sido tradicionalmente elaborada por las mujeres, denominadas ‘picaoras’.A continuación, comienza el ‘rastrillao’, un proceso por el que se peinan las fibras de esparto en rastrillos de púas de acero que separan los haces de fibra de sus hojas, despojándolos de sus partes leñosas.Y por último, el ‘hilao’, que consiste en una rueda de madera movida por un ‘menaor’ que hacía girar unas ‘carruchas’ donde se enganchaban las fibras de esparto. Sobre ellas, los ‘hilaores’ iban añadiendo más fibra rastrillada, formando hilos de un cabo (filástica) que luego se corchaban con la gavia, componiendo la diferente cordelería.
Desde la década de 1960 el esparto ha venido siendo desplazado por fibras textiles sintéticas que presentaban mejores propiedades para ciertos usos, así como unos procesos productivos más fáciles de automatizar e implementar a escala industrial. Desde entonces el esparto ha ido reduciéndose a ciertos nichos, tales como las alfombras o esteras o las suelas del calzado, llamadas esparteñas. Esta utilización está impulsada por la conexión con nuestra tradición y nuestra historia, el uso de materias primas naturales o nobles y la identificación con nuestra geografía y paisaje inequívocamente mediterráneo. En muchos casos, también la percepeción por parte del usuario de estar utilizando un elemento cuyo proceso de elaboración apenas ha sufrido modificaciones en cientos de años posibilitó el interés de clientes extranjeros por productos de esparto de alta calidad. Alfombras de esparto de la Región de Murcia existen en hogares tan exclusivos como el palacio del Rey de Jordania.
En los años recientes, la industria se encontró con una serie de handicaps que la hicieron aún más residual. Por un lado, la formación de artesanos de esparto no existe como enseñanza reglada ni es impartida en ninguna escuela, con lo cual el cierre de estos negocios tenía un efecto acelerador del fin del sector, pues con cada artesano jubilado se perdía su conocimiento del modo de trabajar. En el pasado verano de 2012, en el Cluster de la Piedra Natural entrevistamos a José María Molina, dueño de Arteblanc, una de las dos únicas empresas que entonces seguían trabajando el esparto en la Región de Murcia. Nos contaba el problema para encontrar operarios cualificados. Tradicionalmente el esparto era recogido en el campo por hombres, y trenzado en talleres por mujeres, y a él cada vez le costaba más encontrar esta mano de obra, que en su taller se componía de mujeres de mediana edad que habían aprendido el oficio en la transmisión familiar.
Otra de las barreras era la necesidad impostergable de alinear los productos tradicionales de esparto con los nuevos gustos en el diseño, y la posibilidad de fabricar productos nuevos usando este material antiguo. En este sentido, cuando José María Molina compró Arteblanc hacía unos años como una empresa en quiebra, pudo reflotarla gracias al trabajo en colaboración con diseñadores. A muchos diseñadores les ha apasionado el conocimiento del esparto, en especial por su significado de conexión con nuestras raíces, y por el reto que supone trabajar con una materia prima cuyo comportamiento es para ellos desconocido,lo que les obligaba a trabajar mucho más estrechamente con el artesano. Este es el contexto en el que Arteblanc y el famoso diseñador Martín Azúa crearon una colección de elementos altamente innovadores, que fue enormemente bien recibida y premiada.
Las anécdotas surgidas en el trabajo creativo entre profesionales del diseño de vanguardia y artesanos del esparto merecen la pena ser oídas. Probablemente se pierdan como se ha ido perdiendo el oficio, pues Arteblanc cesó su actividad antes de finalizar el pasado 2012. La ambiciosa visión de la nueva dirección, la apuesta vanguardista por el diseño y por hacer cosas nuevas a la manera de siempre no fueron armas suficientes para combatir el temporal que azota a la industria del hábitat.
Actualmente solo sobrevive una empresa de esparto en la Región de Murcia, casualmente en Blanca, el mismo municipio de Arteblanc y pueblo natal de José María Molina. La empresa se llama Antonia Molina y proviene de una muy larga tradición familiar en la villa de Blanca, incluyendo a la propia familia de éste que escribe. Le desamos a esta empresa mucha suerte en el presente y el futuro, pues el legado de toda una industria y una cultura pasan por la utilización del esparto, y quizá pueda ser la semilla de una floreciente red de artesanos de esparto en un futuro. Porque el esparto seguirá existiendo siempre como ha existido, pues no necesita que nadie lo cultive, pero ¿qué pasará con el conocimiento del oficio? mucho nos tememos que ese se perderá con el último artesano de esparto.